En el asfalto de una ciudad que respira invierno, las hojas apuestan carreras con el viento. Sonríen y se lanzan con el verde más verde y el ocre más ocre, para llenar de colores el gris tedioso del suelo. Poco les importa que llegue el final, conocen la dignidad de la muerte antes del adiós. Da lo mismo si caen rotas o manchadas, las hojas no dejan de ser hojas aunque ya no cuelguen de las ramas.
Juegan a pintar los días fríos, porque solo en esta época pueden darse el lujo de ser lo que quieren ser y romper con los mandatos que las tiñen de un solo verde; desdibujan la idea, deshacen la expectativa. Pueden ser amarillas, rojas, naranjas. Han ganado el derecho de jugar con la libertad que les deja el tiempo antes de marcharse.
Cuesta creer que el otoño es la antesala de una despedida y no el éxtasis de la naturaleza tras un beso de amor. Van cayendo como historias guardadas en un álbum viejo, ecos en compañía, canciones de primavera.
Las hojas apuestan carreras con el viento y yo camino despacio, a ver si tengo suerte y de tanto verlas, un día frío de invierno me invitan a jugar.
20 de diciembre de 2022
Barcelona.