Me gusta imaginar que de repente los planos del tiempo se cruzan y nuestras versiones del pasado se encuentran en un mismo sitio, en lugares que fueron testigos de una rutina, una conversación o un adiós.
Hace ya casi 15 años cuando una de mis tantas versiones todavía caminaba por las calles de Cali, 'Yo soy otro' estaba en las carteleras de cine. La peli era dirigida por Oscar Campo y protagonizada por Héctor García, a quien más por azares y vueltas de mi abuelito que de la vida, conocí en mi adolescencia.
Tras una explosión, de esas que todavía recordamos los que crecimos entre los ochenta y noventa en Colombia, el protagonista se fragmenta en múltiples versiones que quedan sueltas, deambulando por la ciudad. Desde entonces, pienso en todas las versiones que puedo tener en un mismo sitio: fantasmas que se mueven con ilusiones y ritmos diferentes.
Un día, de tanta agua que llevaba, el río se empezó a secar, se cansó de correr. Los hombres pensaron que era cuestión de los dioses, pero el río no entendía de rezos. Se fundió con la tierra y volvió a empezar. De vez en cuando baja de nuevo al mundo en forma de lluvia, pero cuando cae, sus gotas ni siquiera tocan el suelo, ya no se sienten.
Así va el amor, la vida, como hilos que se van secando, aproximándose al olvido, a la lejanía del recuerdo, que se van llevando el perfume de mi mamá, el olor de las ramas secas y el canto de los grillos a las nueve de la mañana.
Como un cuarto vacío sin un eco capaz de responder al llamado de estar vivos. Donde antes bailaba la intermitencia de los latidos en explosión, se extiende, ahora, una línea horizontal, quieta, sin atisbos de movimiento. El cansancio hace que todo quedé levitando en el silencio que no siente y tampoco miente. No es orgullo, todo lo contrario, es el acto más genuino de humildad: absoluta rendición.
Como una vela que de tanto alumbrar de pronto se apaga, mira por la ventana y se entrega al soplo de un viento cualquiera. Vamos consumiéndonos de a poco, a fuego lento, en las excusas que inventamos a diario para esquivar la monotonía o la pregunta sin respuesta de un sentido. Caminamos desgastando la suela, el alma.
De tanto cruzarla, la calle se fue desgastando como se desgasta el corazón cuando siente que va solo, aunque a su lado intuya una sombra. El mismo café a las ocho de la mañana, el helado de chocolate con almendras después de la película del fin de semana, el paseo cogidos de la mano para despedir la tarde.
Hay pequeños rituales en los que nos vamos agotando, en los que se van consumiendo las amistades que alguna vez juraron ser eternas y el amor que un día se atravesó en la calle gris de una ciudad que no da tregua.
1 de diciembre de 2022
Barcelona.