Una silla y una voz. Los santos bajan a escuchar. Saben que desde que la vida se hizo vida hay un pacto que une los espíritus más allá de aquello que los humanos llaman muerte. Las guerras se detienen, los dioses sueltan los dados y las cuentas quedan para después. Ahora es tiempo de partir, sienten la fuerza del llamado, el repique de un tambor.
Bajan desde todas las latitudes y fronteras conocidas. Borran las rutas que durante siglos los hombres se han empeñado en trazar, se ríen de los mapas y de la solemnidad de sus ideologías. Si el mundo sabe de verdades es porque ellas cantan al vaivén de cuerdas y maderas que lloran almas y desvelos; si el mundo entiende de vida es porque de madrugada hace el amor con la muerte en una canción: sin tiempo, ni espacio, en dos acordes vive la eternidad. ‘Landurun durun durundá / landurun durun durundá’, gime la laguna en lo alto de alguna montaña. Landurun durun durundá / landurun durun durundá’, responde la luna cuando sale a bailar.
Los santos cruzan el puente y pasan en medio de otras almas que también llegan al ritual. Hay una religión sin credos, donde la única consigna es sentir, aquí, ahora, y en especial, en el después inmortal donde habita la esencia de las cosas simples: el sonido del radio y el café de la mañana, el verde canto de los grillos bajo el sol, la tibieza de un perfume que no se va, el adiós que no se dijo, en la despedida que no llegó. Códigos inventados que suman recuerdos y extienden excusas para seguir andando. Los seres de esta estirpe se reconocen en las marcas que laten bajo la piel. Suena un compás y crece la raíz que entrelaza cuerpos y melancolías; suena un compás y los dolores mal curados se despiertan cantándole bajito al alba sus penas.
Ellos siguen caminando, los guía la luz de un poema sin autor hecho de tantas razas y voces, que cuando se canta flotan en el aire retazos de espejos rotos. Las luces juegan sobre el escenario y el destello hace que algunos se despisten. Hay quienes no han sido llamados y creen que la magia está en el artificio que los entretiene. No les interesa la inmortalidad, a sus dioses tampoco, la eternidad en esta vida no les fue dada, ellos cambiaron la luz que conecta los planos por los de una pantalla que los condena a sonreír. Sísifo los mira con su piedra, ellos con sus números de Tik Tok. Otros ponen las canciones en los walkman, ellos están hechos para entretener. Condenas de dioses de plástico –ecológico y orgánico, por supuesto- que se descomponen tras la melodía de tres amaneceres, porque como dicen por ahí, el plástico se derrite si le da de lleno el sol.
Alguien fuma al lado del camino y los ve pasar. Los santos llegan justo a tiempo. Cuerdas, tambor y madera, las luces siempre se encienden en el alma. Los hombres creen que necesitan deidades que los protejan, no saben que en esta comunión ellos también son dioses. El tiempo se tiene y los santos sonríen. Una silla y una voz, comienza la música, comienza el ritual.
31 de julio de 2023.
Barcelona