Gabriel García Márquez decía que “la vida no es la uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla” y ahora que los años van dejando estelas en la piel y memorias en lo que tocamos, esta frase gana contundencia porque es una de esas cosas a las que solo se llega andando.
Desde que éramos pequeños nos dijeron que había que echar pa’ lante, que el horizonte era infinito y que debemos fijar la meta delante de nuestros ojos para poder alcanzarla, algo así como ratones que corren tras una zanahoria que cuelga de su espalda; sin embargo, correr nunca se me ha dado bien, por eso un día me detuve y como diría Residente, decidí hacerle caso a la brisa. Desde entonces, hay mañanas en las que me levanto pensando en que nos contaron la historia equivocada y que otras rutas son posibles.
Y aunque tampoco se me da muy bien, intuyo que es cuestión de geografía. Así como en algún momento se pensó que la tierra era plana, nos vendieron la idea de que el éxito consiste en tirar pa’l frente. Ni caemos en un abismo cuando llegamos al final de la tierra, ni crecemos en línea recta. El sentido va justo en la dirección opuesta, el sendero nos llama a mirar pa’ dentro, a dar media vuelta y pillar que vamos en contravía.
Últimamente pienso que el camino tiene forma de espiral y que puede ser tan extenso cuán lejos estemos del centro. Y a diferencia del hámster no se camina para alcanzar una zanahoria, sino algo más valioso, más puro. Caminamos para mirar detrás de las máscaras que nos fabricamos al crecer. En cada paso se cae algo conocido: las ideas que nos definen, relatos inventados y formas aprendidas. Renunciamos a lo conocido para que la coraza se quiebre y alguien más fiel a la esencia que el alma ya conoce pueda salir.
"Decir adiós es crecer", canta de fondo Cerati. Cuesta dejar atrás los brazos -y abrazos- que moldearon lo que una vez creímos ser. Cambiamos de miradas, voces y paisajes pero en esa renuncia que también es valentía, nos ganamos a nosotros mismos y el derecho a caminar en libertad.
No sé dónde ni que estaré haciendo en un par de años; no sé si estaré salvando tortugas en alguna isla de Ecuador o haciendo películas en Madagascar, cualquier cosa puede pasar. Cada cinco o seis años ocurren en mi vida pequeños puntos de giros que ya los quisiera cualquier serie Netflix. Así que en este futuro incierto lo único que pido son ganas para seguir andando. Que el camino siga lleno del amor que hasta ahora me ha acompañado, de los cómplices que me miran desde afuera y me impulsan a mirar pa’ dentro. Que las ganas siempre sean más grandes que el miedo, porque sé que detrás está la vida esperando a ser vivida, pero sobre todo, esperando para ser contada.
13 de noviembre 2022
Barcelona.